jueves, 26 de abril de 2007

Ella habló de él.

Ella.-

No existe una ilusión óptica más perspicaz que la del tiempo. Es una idea colectiva donde parece argumentarse un vago motivo: el tiempo vivido.
Pareciera que para el común de la gente “años vividos” es sinónimo de años aprendidos, crecidos. Nada más distante de la realidad, nada más común que este error.
Evidentemente el error proviene desde el génesis, donde la apariencia estaba cegada y las puertas al infierno que procedería por las siglas de los siglos las abrió el pecado juzgado con el castigo vil de la superficialidad física.
A este concepto lo antecede el pecado, y a este pecado, lo prosigue la percepción del tiempo.
El tiempo: ¿Será un castigo? ¿Será el capricho de algún vengador? ¿O solo será la ilusión de creer que con el paso de este todo se transforma? Definitivamente sí, opto por la tercera. Nos han querido engañar, nos han engañado, nos contaron que luego de los veintiuno se es mayor y adulto, que después de la monarquía se es señorita, nos dijeron que los viejos son sabios porque han vivido mucho tiempo. Hoy frente a esta premisa “el tiempo” se desmorona todo concepto, se desmorona todo ideal impuesto por algún ser al que “el tiempo” lo avalaba.
Hoy estoy de pie, mirándome las manos, vibrando frente a algún lejano ruido blanco. Contando mis escuetos años frente a anonadados rostros mayores. Frente a hombres a los cuales mi mirada airosa, profunda y certera les sacude su virtud, llevándolos a recopilar su historia. Inevitablemente llega la comparación, que evidencia en efecto, que sus décadas pesan menos que las mías, que sus recuerdos son muy extensos, pero el aprendizaje demás modesto. Que sus días bajo el cielo gris de las tempestades no han redituado más que en un extenso CV de sufrimientos no aprendidos. Sufrimiento que muta cubriendo sus rostros, constituyendo el camuflaje más vulgar (¿eficaz?).
Sarcasmos que desgarran toda objetiva percepción. Finalmente la prueba más elocuente que la peor cara del amor es aquel viejo amigo teñido de gris; el rencor.
Repasando este sendero, el tiempo vivido no es en vano, revisando este presente el concepto del tiempo es errado. El tiempo solo ha sido un medio por el cual desplazarse, en el cual proyectarse. Pero las noches y los días han sido uniformes, constantes, no han aprendido y suspirado frente a nuevas sensaciones. Frente a esto me pregunto, el tiempo, ¿ha pasado?




El caminaba por un sendero que lo llevaría a encontrarse de cara a un futuro prospero.
La impronta era alentadora, prometedora, hasta encantadora. Cargaba con su mejor opción como respuesta a una mochila florecida sobre un campo tempestuoso. Quizás esta mañana podría desintoxicarse de todo pasado malvado, con finales abiertos, resonando en los ecos advierte que aun hay más que un sueño por despertar.







ÉL.-

Desperté transpirado entre la avidez y la temerosidad de ser este mi último día en esta larga y antigua vida, palpito un comienzo lleno de risa.
Este domingo continúa oliendo a melancolía. Ya tengo treinta y tres años, la sensación parece ser la misma de aquel mediodía en los brazos de mi padre. Siempre la satisfacción por la semana concluida, el vértigo generado por la ruptura de la rutina, y esa extraña sensación de la finalización conjunta con el comenzar, una vez más, cada lunes, como un eterno retorno. Será por eso que el domingo es el sentido más híbrido que conozco.
Este mediodía desearía poder disfrutar de mi merecido descanso, pero con un fuerte impulso inerte me visto para apresurarme antes de que Tato, el canillita, cierre el quiosco dejándome sin mi periódico.
Salgo por el pasillo del edificio, veo que doña Raimondo se encuentra aguardando el ascensor. Realmente llevo prisa, así que iré con ella aunque deteste su olor a rancio y su sonrisa amarillenta por los vicios o tal vez la carencia de calcio. Me aproximo rápidamente y con su amplia sonrisa característica, dijo:
- ¿Cómo estas Oscar? siempre apurado vos, ¡che!
Probablemente si fuese más perceptiva notaria que su comentario me había disgustado, peor aun, me había retrotraído a viejas épocas en que mi preceptora, Anita, me regañaba por llegar tarde a clase. De todos modos siempre he sido un hombre muy diplomático, desplegué mi sonrisa de archivo y respondí:
- ¡Je!, y si, la vida moderna no le da mayor margen a uno, siquiera para descansar los domingos.
Note por su rostro que mi exclamación la sorprendió, pensé en las palabras pronunciadas logrando advertir que fue una incoherencia. Nervioso divise el visor del ascensor que anunciaba la llegada aplanta baja. Mi vecina no cesaba de observarme. Sonreí, e introduje mis manos en los bolsillos del pantalón, saliendo rápidamente por el umbral del edificio a la calle. Mire bruscamente hacia la derecha esperando que don Tato continuase en el quiosco. Como no podía ser de otro modo, desde que ella se fue, pasaba un domingo más sin que yo lograse leer el maldito periódico.
Camine lentamente, me posicione frente al puesto de chapa verde, lo contemple buscando alguna respuesta, o quizás, solo alguna pregunta que me permitiera hablar, contar, gritar, llorar. ¡Aun dentro mío había mucho por decir! (¿mentir?). Mire el cielo, el sol brillaba tras las nubes, era una luz vivaz, por primera vez note que no me cegaba. Una brisa agito mis rulos, recorriendo mi cuerpo, estremeciendo mis partículas, sacudiendo mis entrañas. Fue un instante, lo sé, pero sentí el paso de una vida.
Abrí mis ojos, mire hacia la plaza donde solíamos jugar a engañarnos, después de un año decidí cruzar y recorrerla. Camine la calle desierta, sentí el aroma del miedo que se mezclaba con el del pan caliente y los asados de las casas aledañas del paquete San Isidro. Subí a la vereda, ¿tierra firme? Sí, tierra firme. Avance unos metros, me senté en aquel banco, en ese, nuestro banco. Como un niño ilusionado broto sobre mi mejilla una lagrima que se deslizo rápidamente por mis labios, para morir en estas comisuras. Eran saladas, las lágrimas eran saladas. Supongo que lo había olvidado.
Mire un poco mas allá de mi ser, sin saber que se encontraba ahí, la vi. Era una muchacha joven, que cubría su mirada con anteojos negros. Parecía mirar un punto fijo, no dejaba de hamacarse sobre su cuerpo con los brazos cruzados, el ritmo del vai-ven era lento y pasivo. Era eso, un aura de paz rodeaba ese cuerpo. A su vez un extraño magnetismo no me permitía dejar de mirarla, nuevamente mi inercia me arrojo hacia ella.
Me acerque lentamente, nervioso y sonriente. Solo me detuve frente a ella esperando que me advierta. Levanto su cabeza mirándome fijamente, aun con esos lentes sentí la mirada atravesarme como la brisa que me llevo a esta plaza. No pude más que mirarla, ella no sonrió, pero sus músculos cedieron dibujando una expresión tranquila pero dubitativa.
Frente a tanta impavidez, sonrió nerviosa, abrió sus ojos (pude sentirlo) y dijo:
- Bueno, ¿pensas sentarte, hablarme o simplemente respirar?
Pensé rápidamente en todas las opciones que me ofrecía mientras lentamente me sentaba a su lado. Ella con su mirada acompañaba cada uno de mis movimientos. Solo dije:
- Desearía poder sentarme, hablarte y simplemente respirar.
Retirando sus anteojos, me miro, respondiendo:
-Si tus deseos fueran órdenes jamás los merecerías.
Sus ojos brillaban transparentes como un manantial puro, ergo existía una extensa profundidad, aún mayor a la que correspondía con ese rostro, con ese cuerpo, con esa piel. ¿Cómo responder? el misterio era impresionante ¿Cómo desobedecer?
Ese rostro tenía reminiscencias en algún lugar de mi pasado, en un espacio del tiempo lleno de vida.
- ¿En que lugar del tiempo te has perdido? – mi frese resonaba en mi interior sin sentido ¿Qué respuesta encontraría?
- Me perdí tratando de salvar realidades, me perdí por olvidar sueños en su almohada.
Su respuesta me asombro, ¡¡¡respondió… mi incoherencia!!!
- Aun así, descubrí que es imposible quemarse en el desierto, dejar de respirar, dejar de desear. ¿Cómo detenerse bajo un cielo que continua amaneciendo para marcarnos el comienzo de un nuevo día?
No sabia si jugaba con mi inteligencia, mi capacidad de reacción, si era una paradoja del destino que me colocaba desnudo frente a una dama que me contaba reflexiones que ni aún yo, había logrado deducir en mi pasado inquieto.
La miraba fijo, no comprendía quien era, buscaba penetrar mi mirada en sus ojos y descubrir el significado de su presencia en mi vida ¡justo en este día! este domingo híbrido común a todos los demás. Sabia que este día oficiaría de bisagra, hoy se marcaría un limite, una estrecha cornisa, un suave caer, un bello comienzo; lo sabia, no podía estar equivocándome. Su rostro me recordaba a ella, pero esta criatura tenia una evolución aun superior a aquella que en algún pasado me cautivo de Lorena.

2-


Lorena, se fue un 23 de mayo. Aun recuerdo esa noche cuando regreso a ese, que por aquel entonces, era nuestro hogar. Sin pelea ni motivo real, llego en silencio, sus ojos acusaban dolor, rencor y algún vestigio de alcohol sanador. Recogió sus cosas, ironizo frente a mi desesperación, las lágrimas brotaban en mi interior pero ella frente a tanto perdón no cedió.
Lo sabia, sabia de aquella traición, nada curaba todo su dolor. Esa navidad cuando embriagado decidí actuar frente al deseo y darle respiro a mi represión. Más que respiro fue una bocanada extensa de pasión que acabo entre sabanas con su vieja amiga, Silvana.
Por aquel entonces, Lorena, estaba en la casa de sus padres en Catamarca, frente a su pedido de que no pasara solo aquella navidad insistió con que hiciera acto de presencia en la casa de los Maldonado, sus amigos del barrio natal de Borges, Palermo. No pude negarme, así como aquella noche, no puede (¿quise?) negarme. Es que Silvana a pesar de su fuerte amistad con Lorena no ceso en seis años de relación de provocarme. Se que es un pretexto muy burdo, pero esa es mi verdad. Fue un instante en que vacile poniendo en juego la hermosa vida que teníamos, aun teniendo la certeza de que protagonizar esta escena era el pase directo al olvido de un soñado cielo.
¿Cómo lo descubrió luego de cinco meses? no lo sé, solo sé que así fue que ella partió, sin decir adiós, solo un fuerte portazo y ahí se termino.
Y si, ahí se termino. El cielo se nublo, mis persianas bajaron alejándome del mundo exterior. Es que ella era mi vida, era todo el aire que yo sabia respirar. ¿Como alejarme? ¿Como olvidarla? Si su cielo tenía espacio en mi tiempo, y su espacio era el cielo más perfecto de mi tiempo.
Pasaron meses, no quería, no podía salir. Abandone mi trabajo, subsistiendo meses gracias a mi hermano, Diego, que abonaba las cuentas y todos los martes venia a traerme mercadería para que comiera aun que sea un día. Sabía que mi meta era abandonar la acción inerte de respirar. Fue el fondo del abismo, meses viéndole la cara de frente aun extraño ser que me condenaba a este dolor. Quizás ese ser no sea otro mas que mi inseguridad que en esa noche buena se presento para hacerme flaquear, demostrándome lo hombre y viril que era. Lo hombre y viril que era, paradoja circular, no fui ni hombre y muchos menos viril, la traicione a ella, a quien yo quería, por falsas seguridades frente a un fuerte egocentrismo.
Hoy después de un año, había iniciado mi nueva vida, ya hacia dos meses que había comenzado con paseos matinales, el viernes me llamo Eduardo, mi ex socio del estudio de arquitectos D`Aquino. Este lunes volvería a trabajar, retomando mis actividades rutinarias y habituales. La semana ya había empezado con este domingo que decididamente algo cambiaria, desde hoy y para siempre.

3-
No podía dejar de mirarla, ella no dejaba ese ritmo adictivo que marcaba su cuerpo desde que interrumpió su figura ante mis ojos. Había solo un pensamiento invadiéndome, quebrando toda esa paz, sentía implosiones y el tiempo volar. Jamás había sentido tanta adrenalina, hace cinco minutos que estaba junto a ella y había revivido toda esa vieja historia como un lejano recuerdo, cada detalle de aquel pasado me llevaba a un sentimiento extremo.
La miraba, divisaba cada átomo de su figura, cada molécula gritaba. Si, gritaba, sonaba en mi interior, eran ecos furiosos de un degrade. “Es ella”, “es ella”, era ella, ella, esa era ella, o bien, ella era esa. No, “esa” sonaba despectivo, yo estoy hablando de “ELLA”. Quizás deba ampliar, quizás deba decirles que era la mujer que yo soñaba cada madrugada cuando me acostaba a descansar luego de una extensa noche de tragos y longevidad, en la primera persona que pensaba era ella. Tratando de adivinar su nombre, jugando a descubrir su cuerpo, fingiendo conocer sus ojos, prediciendo el cielo que ella suspiraba, la tierra que ella pisaba. Odiando los brazos que la abrazaban, ya que ella es solo mía, sabiendo que ese camino era necesario para encontrarnos en este destino.
El famoso “sentido de pertenecía” del que me hablaba mi amiga, Estefanía. La sentía mía, a esa extraña sentada en el banco de mi plaza, la sentía. Sabia que aquel pasado era el que maldecía por alejarla de mi lado, sabia que aquel era el pasado que amaba por prepararla para que mis brazos la acogieran dulce y eternamente.
Ella mantenía sus brazos cruzados, el lenguaje corporal me advertía de un síntoma de mala predisposición para comunicarse. No me importaba, ella era mía, pensaba llevarla de la mano a un futuro prospero que solo su hombre, yo, podía brindarle.
Se inquieto, su cuerpo se tenso bruscamente. Quise abrazarla protegiéndola del miedo que la había aturdido. Me miro distante, sentí el brillo del estallido de una copa al caer en sus ojos. No quería esa contención, no quería todo el mundo que podía brindarle. Comenzó a llover repentinamente, pero olía un buen síntoma.
Le pedí que me escuche, que estaba frente a su amor, le conté brevemente mi historia, parecía tranquilizarse, me escuchaba atentamente. Sus ojos irradiaban luz, tanta luz que me cegaba. Cuando finalice, un espacio de silencio se abrió entre los dos, luego de largos minutos, que parecieron solo una fracción de segundos, dijo a modo de monologo:



Cada comienzo vitaliza por el solo hecho de saber que es volver a jugar. Despertarte entre las noches agobiado por el cansancio del hastió. Es sabido que el cansancio estando próximo a una meta es debilidad, es flaqueza de voluntad. Hoy comienza un año con la paradoja de la lluvia, siempre se ha interpretado como un síntoma anunciando la tristeza del cielo. “Dios llora” solía decirme Afrodita mientras jugábamos cuando era niña. Esta mañana quiero jugar y rebautizar la lluvia, le otorgo un nuevo significado, la redimo de aquel que la signa de triste. Llorar es libertad, liberarse de sensaciones en un cubrir el escenario de matices distintas al amarillo radiante. Es la advertencia de que habrá dificultad, no obstante, no faltará el aroma a la tierra húmeda, fértil. Hay que volver a jugar, a conocerse, a mutar. Querer es crear, sueño concretarte un paisaje donde no faltaran oscuras rabias seguidas de caricias a tu alma. “No permitas que lo que puedes robar te lo regalen” yo intento robarte sonrisas y miradas penetrantes. Quiero cuidarte en mi tsunami o que provoques terremotos. Hoy es tiempo de volver a despertarte y al fin sonreír frente al juego de supuestos amores y dolores.

Después de oírla ninguna duda cabía en mi interior, solo hay certezas. Le dije, “sos mi mujer, te amo, tenemos una vida juntos, desde hoy y por siempre así lo haré”.
Me miro, su expresión era de sarcasmo cubierto de añoranza y piedad. Respondió:
- ¿Hablas de amor? Podrías oír solo dos de tus oraciones y descubrirías que jamás me has considerado en tus planes, hablas de tu deseo y de un objeto. Soy humana, siento más allá de tu egoísmo, hermoso lo que propones. Pero, déjame decirte que esto no es amor.
Ella me decía “no”.Alegaba con un argumento que el shock de su negativa no me permitía analizar. ¿Cómo detenerme a pensar? La pierdo, no puedo permitirlo, acabo de descubrir todo lo que mi alma puede dar. Le pedí por favor que me permita amarla, que confiara en mí, ninguna de mis palabras cambiaba su expresión.
- ¿Sabes donde reside el problema? En que solo consideras lo que vos sentís, ¿acaso el amor real no debe ser reciproco? Sí, el amor real debe ser reciproco, sino solo es enamoramiento. Yo no puedo responderte, yo no puedo corresponder tu sentimiento, disculpa mi rechazo, quizás debas analizar tu arrogancia y veraz que el amor nace de saber brindarse y compartir.
Beso mi mano, se puso de pie, me miro y sonrió suavemente. Jamás en mi vida advertí tanta dulzura. Su aroma anunciaba que se alejaba, ¡je! Efecto doppler, ahí se iba, ¿y yo? anonadado, no lograba reaccionar.



Ella.
Yo les dije que la impronta de este domingo era un cambio veloz y brusco de vida. Recordé siempre ese domingo como uno extraño y diferente al resto. Siempre me pregunte que había sido de el.
Un día recibí una carta sin remitente, lo primero que imagine fue que serian noticias suyas. Sentí demasiada curiosidad, intente mitigar mis ansias, y abrirla relajadamente.
Me contaba que había finalizado su libro, (no sabia que escribía) se iba a España en un mes con “ELLA”. Me sorprendió sobremanera leerlo, ¡ja! Casi esa tarde llegue a creerle que ella era yo. Definitivamente no existe ser más peligroso que el necesitado de afecto y sobresaltos. Continué leyendo, respondía a mis pensamientos diciendo:
“Se que te sorprendes, pero si, luego de conocerte la conocí. Esta carta es simplemente para agradecerte ya que me has enseñado a amar, a conocer cuanto soy capaz de dar, solo gracias, dejaste muchísimo más que una tarde en mí. Ese día entendí que el tiempo vale en función a los hechos transcurridos, y no como solemos creer, a la cantidad de lunas que soñamos.
Siempre te recordare, se feliz y veraz que algún día a vos también te sorprenderá,
Oscar Villalón”.

Su nombre me sorprendió, al igual que supiera donde enviar su carta. Esas palabras resonaron en mí más de un segundo. Alguien me agradecía enseñar a amar, alguien me otorgaba el oficio de ángel salvador. Decididamente no existen seres más extraños y peligrosos que los necesitados de amor. No había de que preocuparse, volví a mi habitación y lo tape, a el, a mi amor, sé que sintió frió.





14/07/06
De Yanela E. Duimich

sábado, 24 de febrero de 2007

Reflexiones de un redentor.

Vamos a hablar del inconsciente cuando esta mas que presente. Hablemos de las personas que se creen exentas de explicar sus malos tratos alegando haber sido mal tratadas en la vida primero, justificando su reacción en su injusto pasado y lo hechos que signaron su presente cubriéndolos de rencor.
Sería un poco mas que evidente decir que hablamos de seres que se sitúan el papel de victima, demasiado pretencioso que al leer esta declaración brutal no se sientan como mínimo ofendidos ya que además se caracterizan por ser egocéntricos; no vacilarían un solo instante en sentirse identificados arremetiendo con una buena defensa, es decir, una ofensa que lo único que haría sería cargarnos la conciencia.
La conciencia, es un amplio concepto en el cual solo se podrían cargar amplios sentidos de diversas razones por las cuales vivimos o tan solo creemos que lo hacemos, no obstante, el mayor cargo es la culpa. Quizás sea eso conocido como "cargo de conciencia" un invento por demás atractivo; pero tan solo eso, un invento. Vaya uno a conocer que siniestro ser, seguramente más que ancestral, habrá tenido la generosidad de inventarla. Basta con decir que el principio de aquello tan primitivo como la religión se basa en eso, la culpa... "cargo de conciencia" y su seria advertencia de prometer un severo castigo dirigido por “El Señor” hacia cualquier ser mortal que ose contradecir solo uno de sus mandamientos de la prometida y eterna vida.
No digo con esto que para ser culpable sea preciso ser un asceta, con mucho menos alcanza. La culpa es el castigo divino por excelencia para religiosos o escépticos, es tal vez la redención de algún degenerado frente al juicio de algún moralista que gozo esta vida sin ningún prejuicio e hizo este mundo corrupto, para luego ser llenado por absurdas leyes que al ser trasgredidas acabaron en comienzos de guerras aun más absurdas.
Así es que nadie logra vivir sin el legado de la carga genética generacional: la culpa. Si no lo creen acompáñenme en esta historia que sin mas prologo les contare.
1-


Caminaba solo por lo que solía ser una vieja calle en mi antiguo barrio, pero el capitalismo parecía habernos aburguesado y la tierra se había convertido en un gris asfalto de veredas angostas con hermosas palmeras, algo mas que atractivo para este, un nuevo mundo globalizado. Ya las calles no olían a tierra húmeda como reacción al golpe habitual de la lluvia ni los chicos jugaban al fútbol usando la lacera de potrero.
No podía dar un solo paso sin observar el cambio de mi barrio, se preguntaran por que no lo habría advertido antes, pues me ausente 15 años y al regresar a este, mi viejo sitio, veo los cambios como vidrieras que promocionan la llegada de un nuevo milenio, no es que yo padezca nostalgia…es solo la mirada de un alma que he estado lejos, no obstante, a continuado etérea.
Querría saber como estará doña Amanda, era una señora tierna que me vestía dormido motivándome a levantarme para ir al colegio. Se decía que Cesar, su hijo mayor, estaba enfermo, una desconocida enfermedad lo llevaba comportarse “de manera extraña”. Nunca tuve trato con el aunque me causaba pena por ella, siempre procuro cuidarme como a un hijo frente a los destratos de mi madre. Yo la veía como una mujer sumisa, no diría calida, mantenía la distancia propia de la inferioridad, su silencio habría espacios a mis dudas que motivaban un batallón de preguntas que resolverían el misterio de su mirada híbrida. Dolor y dulzura. Calor y frialdad. Venganza y misericordia. ¿Cuántos llantos ahogados tendría Amanda y cuántos gemidos falsos? Tal vez nunca lo sabré, porque ella tampoco lo sabrá. Seguramente pasaré a visitarla luego de llegar al hogar materno.
Ahí me esperaba mi madre, en su lugar, con su historia (su versión) que intentaría abrirme un camino de ruidos y miradas dormidas. Me esperaba con el ansia más que característica de una progenitora que no ha visto a su querido engendro por años. ¡Que sorpresa se llevaría mi madre si conociera mis actitudes pecaminosas e inmorales adoptadas desde que volé del hogar! ¿Optaría por rezar? O ¿Debería rezar por su infamia? Siempre me pregunte que engaño incorporan a sus vidas las personas que juzgan elevando la voz solo para ocultar sus más sórdidos actos. Claro esta, que son sórdidos frente a sus ojos, los ojos del prejuicio constituidos por la religión y moral.
La religión y moral….dos conceptos con los cuales no compatibilice jamás. ¿Como es posible atenerse a mandamientos sociales que constantemente caen en el absurdo? Y esa horrible advertencia, el castigo, por consiguiente la culpa. Que gran fantasma la culpa. Un fantasma del cual me libere por años, pero este viaje parecía proyectar su espectro, la sombra de aquello que me atormento por años, que callé por respeto a mis padres. ¿Respeto? Respeto me falte a mi mismo actuando en la escenografía de un “hogar” fui el simulo de un hijo pródigo. Pero las circunstancias que me traían de vuelta, lo que dispuso que este regreso fuese impostergable daba fehacientes pruebas de que ellos fueron mas émulos, más hipócritas, más pecadores, más adolescentes, aun así, todos estos “más” no me redimían.
Imposible apaciguar el interrogante que se despertó en mí cuando surgió la posible necesidad de volver, la controversia se adueño de mí como hace muchos años atrás. ¿Cuándo me traicione más? ¿Cuándo fingí frente a ellos una postura que no me correspondía por conformarlos? O ¿cuándo elegí distancia para poder ser, que no fue más que un escape evasivo de mi propia culpabilidad por no ser lo que ellos proyectaron? Tal vez esta discrepancia con mi mismo titulo al viaje como impostergable, podría haberme excusado con algún pretexto y finalmente no venir. Pero este viaje era mi necesidad, era mi posibilidad de ser libre, de poder proscribir mis cadenas.
Me detuve frente a la reja verde. Aun recuerdo mi cumpleaños numero cuatro, cuando jugando sobre ella se clavo uno de sus filosos extremos en mi pera. Conservo esa cicatriz, es la única que tengo, cicatriz externa, poseo millones internas que gritan de placer…
Abrí cuidadosamente el portón procurando no hacer demasiado ruido, era el horario de la siesta, ja! “horario de la siesta” sospecho que la vorágine de la vida moderna había olvidado los hábitos donde la gente descansaba luego del almuerzo. Y si, estábamos en el Gran Buenos Aires, nadie dormía, siquiera la luna.
Camine por el sendero que marcaban las rocas rodeadas de rosas, se ve que mi madre aún conservaba el gusto por la jardinería. Junto a la puerta de entrada, bajo la ventana, había un viejo perro recostado que me miraba tratando de mantener su cabeza erguida, era el viejo Toto, ya no me reconocía. Sin embargo, yo no olvidaba las tardes en las que sentado en el lavadero escuchaba y me protegía de las peleas de mis padres. El se acercaba reposando su hocico sobre mi, lo frotaba, sentía que buscaba abrigarme de tanto ruido, de tanto frió.
Me paré frente a la puerta, vino a buscarme el olor a los tallarines recién amasados que solía cocinar mi madre los domingos. Tarde unos minutos en golpear, no lograba tranquilizarme sentía en mi estomago los nervios fuertemente, había dejado de sentirlos después de que me fui de este hogar al que volveré a entrar para empaparme de toda esa suciedad que no me permitía mas que odiarlo.
Finalmente golpée. Una cuchara cayó, se apresuro y abrió la puerta. Me miro fijamente con sus ojos inundados de lágrimas, no logre saber si fue su conmoción, o bien, la cebolla que pelaba para el tuco. Que más da, sus lágrimas nunca fueron reales. Se abalanzo contra mis brazos viéndome obligado a abrirlos y abrazarla, hasta creo haberla acariciado, no lo sé, prefiero no recordarlo. Dijo cosas rápidamente, comento sobre mi panza, decididamente no cambiaria jamás, no le interesaba saber si era feliz o engañarse de amor como cualquier madre, no, solo reparo en mi panza.
Mis ojos buscaban con prisa a mi princesita, mi pequeña hermanita de ojos grandes y transparentes. Apareció tras el umbral, quede perplejo, esa niña era una mujer que me miraba con los mismos ojos, la misma pureza, la misma esencia. Se acerco delicadamente y me abrazo fuertemente. Su aroma me envolvió, sentí sus lagrimas caer, ¡pero cuanto dolor princesita! esas lágrimas resuenan en el mundo.
La miré, nos miramos y no dijo nada más. Era como esos domingos cuando sentados en la terraza prometía a mi madre y a su marido que no lo volvería a hacer, los únicos ojos que lograban hacerme ver eran los de ella, mi pequeña hermanita. Me miraba con dulzura y temor, me abrigaba con dolor y perdón, esos ojos me redimían.
Pero hoy, llegaba a mi vieja casa para escuchar a mi madre que tenia una historia que contar. Mi hermana callaba, sus ojos hablaron una vez más, la certeza de que cualquier palabra pronunciada por sus labios seria toda la verdad.
Almorzamos rápidamente no quería quedarme mucho más, sentía ganas de pasear con mi hermanita pero mi madre demandaba, gritaba por mi atención. Quería que me entere de lo ocurrido, quería que yo sepa de qué manera él se marcho.
Dijo que ella aun no encontraba una explicación, todo carecía de lógica, pero ella tenia la seguridad de que se había ido con otra mujer. Perdón, “con alguna atorranta” así la llamaba mi madre, me pregunto cuán hipócrita se puede ser. Ella se sorprendía porque existían mujeres capaces de separar una familia (palabras textuales de mi progenitora) Y yo recordaba cada una de sus infidelidades, mi hermana con su mirada me afirmo, afirmo que avalaba lo mismo que yo pensaba. Que aquella mujer sentada frente a nosotros no tenía vergüenza. Que aquella mujer totalmente desquiciada era nuestra madre, que esa mujer era un infierno. Que en su cuerpo ardían noches de extremos, que de sus ojos se caían verdades silenciadas. Y todas la verdades silenciadas, madre mía, se vuelven venenosas.
Imagino que esperaba que le de una explicación, se que no, se que solo buscaba mi lastima. Así es, las almas pobres solo buscan lastima, las almas culposas creen que bajo el velo del sufrimiento se liberan. Pero, yo, no soy ningún redentor. Solo cargo con el mismo karma al que he sido expuesto gracias a al mero hecho de ser su hijo: LA CULPA.
Como explicarme que hacia ahí sentado esa tarde. Que solución podría darle a esa mujer que fingía que en su cuerpo existía un gran pesar encarnado bajo el disfraz de la señora de su hogar que ha dejado por su familia el alma en cada suspiro. Yo sabía que su único dolor era su ego. Su ego gritaba, se rasgaba su orgullo frente la ausencia de ese hombre que tomo la decisión de dejarla. Ella creía, imaginaba que no lo haría jamás, aun así, frente a todas sus certezas lo hizo. ¡Ay, pero que cobarde! la dejo a ella, ella que era una gran amante…con todos menos con él. Ella era una cualquiera, quizás eso lo enamoro; pero una vez que él consiguió a esa mujer que lo hacia tan feliz jamás volvió a tocarla como quería, a ella la gozaban los extraños, los hombres que demostraban su fuerza y virilidad. El solo tendría que limitarse a ser un buen padre de los hermosos niños que le había concedido y lo que era mas importante, el dinero, el debería aportar todas sus ganancias como ofrenda por estar con esa diosa. Sin duda, fue un negocio para ella, pero no un buen negocio. Un buen negocio es solo cuando ambas partes están conformes, y él no solo no lo estaba, sino que peor aún, era infeliz.
El dinero, el poder, y la culpa.
Es un círculo vicioso, espejismo abisal. Agua y fuego;blanco y negro; dolor y placer; rencor y perdón, je! Disculpen, otra vez mi hibridez. Es una cadena, una dulce prisión, ¿Cuánta energía necesitaremos para romperlas y correr? ¿Cuánta necesidad saciaremos para dejar de querer? Todos los seres son viciosos. Estos vicios no residen como se cree en el cuerpo, son de la mente, de nuestra psiquis donde albergamos toda sordidez.
A la trilogía anterior “dinero-poder-culpa” podríamos anexarle el sexo. Actividad que pierde a (casi) todos los seres humanos, deseo que endulza cada mirada lejana. Debería confesar que en un periodo de mi vida, sobretodo cuando había descubierto mi otro yo en la intimidad (porque ahí, cuando las intimidad aparece, descubrimos nuestra oscuridad) miraba a las personas e intentaba imaginar como serian excitadas, sí serian buenos amantes; sí la señora de la recepción de mi oficina seria aun mas frígida que sus clásicas faldas largas, o bien, se enloquecería con el solo roce de una seda. Admito que hoy, esos pensamientos solo pasan por mi mente cada vez que encuentro algún desconocido que se que dejará de serlo. Como un extraño presagio se que si esas imágenes se presentan al primer contacto con determinado ser, este transgredirá mucho más que los meros límites de la amistad.
Volviendo a mi almuerzo familiar, podría decirles que hasta ese instante lo único que había confirmado era la verdad que conocía y me había alejado de el ceno materno. Esa verdad de la que debía correr para que no ensuciarme. Es necesario ser un océano, para que los ríos turbios que confluyan en uno no logren oscurecernos.
Se dice que al crecer y madurar hay que recordar siempre el niño que llevamos dentro. Conservar esa capacidad de sorpresa propia de la ingenuidad, de la pureza. Me pregunto como frente a tanta turbiedad lograría mantenerme ímpido, si estos cielos estaban turbados de nubes negras. Si respiré aire contaminado, si llene mis esperanzas de llantos quebrados por lo que nunca llegaría.
Como mantener la integridad, como ser aún más puro y real.
Sospecho que alguna vez me culpabilice por mi elección. Temo que alguna vez justifique mis tormentos con este pasado maldito.

Recordaran que anteriormente dije que mi decisión de alejarme la había definido una conducta que, evidenciada frente mi bario natal avergonzaría a mis padres, por no desear que esto suceda decidí marchar para poder vivir sin ocultamientos ni lastimar a mi familia. Cargue con la condena de silenciar mi verdad que de pecaminosa no tenia nada más que la condición de la moral. Y hoy, regresando aquí creo que será mejor seguir callando, no deseo afligir más a mi madre, o mejor dicho, que ella me aflija con su ficción.

Decidí ir a visitar a doña Amanda. En verdad me alegraría verla, saber como había transcurrido su vida, aunque conocía la respuesta quería ver su rostro nuevamente.
Llegue a su casa. Continuaba conservando el viejo llamador de ángeles rojo que colgaba del umbral de la puerta. Blandí mis manos esperando que atienda. Salio por la vieja cortina de caracoles, al verme soltó un grito que dibujaba mi nombre, me abrió y cayó en mis brazos. Su alegría sincera me contagiaba y llenaba de entusiasmo.
Entramos a su humilde y calido hogar. No me aturdió con preguntas como suele hacer la gente que quiere saber cuanto hemos hecho para saber cuento hemos abandonado. Solo me miraba fijo con una emoción indescriptible. Le conté sobre mi reciente maestría en diseño, sobre mi interrumpida tesis en psicología, sobre mi casa ambientada según el feng shui, y mi destreza desarrollada con ayuda del viejo y milenario yoga.
Me miraba sin asombro ni juzgamientos, como si conociera mi verdad desde aquellas tardas cuando caminábamos hacia el colegio. Y si, desde esos días, desde esos años ella conocía mi inclinación y aun así no me juzgaba. Por eso la amaba. Porque sabía comprenderme como una madre, como una mujer que conoce los secretos más sabios que se esconden en las semillas que algún día crecerán.
Sentí una voz grave, era su hijo que llegaba quejándose por la lluvia que lo había sorprendido. Doña Amanda lo insito a que se acerque a saludarme, cruzó la puerta y nuestras sonrisas se ausentaron, las miradas se cruzáron dejándonos mudos e impávidos. Era el hijo de Doña Amanda, Cesar, ese era Cesar, el hijo de Doña Amanda. Vaya sorpresa. Como podría haberlo imaginado.
No quise evidenciar que nos conocíamos (y muy bien) ya que desconocía su deseo, me limite a comportarme de acuerdo a su reacción, que no fue otra más que la esperada, no fue más que la reacción que yo mismo habría tenido de vivir allí.
Me saludo como a un desconocido, respondí cordialmente de la misma manera. Sospecho que Doña Amanda sintió la tensión en el aire. El se fue rápidamente a su habitación, yo me despedí y salí alegando haber olvidado que me llamaría alguien de Madrid. Se que no fue creíble, se que Doña Amanda se inquieto, se que Cesar odio al destino por ponerme allí.
Camine bajo la lluvia sin dejar de recordar aquella vieja historia, esa historia que encontré en mis primeros años lejos de Buenos Aires, esa historia que signo mis días y atormento varias noches de soledad. Todo parecía encajar como piezas de un perdido rompecabezas. Lo sucedido esa tarde me dio la pieza final de aquella historia que nunca olvidaría por encontrarse incompleta. El círculo se cerraba, comprendí todo en fracciones de segundos, hasta la “enfermedad del hijo de Doña Amanda”.


15 de Marzo de 1999, Madrid

Perdón, imagino que no existe alguna manera mejor de comenzar esta carta. Cuándo comiences a leerla, yo, estaré de regreso a Buenos Aires sin miras de volver.
No por eso mentiré diciendo que las lágrimas no brotan y mi pecho no se tensa. No por esta seudo huída negaré que te ame por haber sido el sentido mas intenso que respiro mi piel. No podré negar que nuestros planes de amarnos en la perfección construida por nuestros ojos, han sido los planes más odiados por ser solo deseos y como todo deseo, necesita algo más que un suspiro lanzado bajo la suerte de alguna estrella fugaz.
Ojalá, toda esta necesidad haya sido más que locura, ojalá la locura perdurará frente a los planteos de la vida real.
Hoy me voy, a días de concretar nuestros planes, quizás no merezca todo el sol que me diste, seguramente no merezcas los nubarrones y las cadenas que cargo por cobarde.
Y si, amor, siempre serás mucho más que una esperanza.
Mil veces perdón,
César.


Eso decía la carta que dejo aquella tarde. Mi desesperación no me permitía mirar atrás, ni hacia delante, siquiera mirar la tarde muriendo en el balcón en el cuál solíamos sentarnos cuando anochecía y buscábamos recuperarnos luego de nuestra larga jornada laboral llena de obligaciones y preocupaciones. Sentíamos alejarnos de lo tedioso que nos imponía el sistema, reparando en un abrazo todo aire que solía respirar la gente patética que suele aseverar felicidad alardeando su tarjeta dorada y la mujer más bella a la que fue otorgado el turno esa tarde.
Solíamos reírnos tanto de la mediocridad, nos daba placer el mero de hecho de saber que nunca nos rozaría. Pues lo nuestro era tan real, juro que era energía pura. Desde el amor, hasta los largos monólogos en los que nos interrumpíamos acusándonos de robarnos los conceptos. Era felicidad, nos rondaba la paz.
No logré comprender jamás su ida, jamás pude descansar de su cobardía. Evidentemente eran muchas las cosas que ignoraba, era larga la historia que desconocía. Aún así, el debía saber que yo nunca lo juzgaría, de lo contrarío, lo habría abrigado comunicándole que mis deseo era amarlo cuidándolo de cada tormenta, buscando en nuestra grandeza la solución sin llenarnos de proeza solo creyendo en nuestro poder. Solíamos hablar de esencia, nuestro concepto mas hermoso fue alguna vez:


Las esencias se multiplican cuando son iguales,
se juntan en un espacio y crecen,
Nos llevan a ascender
Transgredimos cielos

Hay un tiempo esperando descansar,
es este hoy que nos vuelve a imaginar
Encontrarnos y levitar sobre un océano de sal

Viendo sin pestañar, sin mucha visión real,
pero los sentidos miran lejos
atraviesan cualquier lágrima*
sin lograrnos lastimar

No hay mayor daño q no puedas reparar,
No hay fisura que no logres penetrar,
No hay espejos rotos que no logres arreglar

Cuando soñaba un prospero presente
Hablaría de este hoy, q ayer, fue mañana
Cuidémonos de las tormentas
Que fisura nuestro encuentro

Abracémonos de la distancia
Que hoy nos hurta la esperanza
Miremos el sendero, a lo lejos
Horizonte soñado, sabremos alcanzar
(Al fin descansar)

Creo que aun hoy me cuesta leer estos escritos que en algún momento recite como plegarías.
Es que los pequeños abismos son los mas difíciles de salvar, cuando eso llamado esencia es tan igual, la ilusión miente de la manera mas pertinente. Alguna vez me llene el alma agradeciendo al cielo el descenso de semejante criatura, alguna vez creí en la ilusión de la otra mitad. Alguna vez fui tan ingenuo, descanse y confié en el signo.
Más de una tarde fue la que lo lloré, más de una noche amanecí lloviendo entre mis sabanas, esas sabanas que alguna vez se rompierón y quemaron con calor.
¿Cómo podría olvidar de un día a otro a ese ser con el cuál ansiaba compartir toda mi vida? Si el respiraba y yo sentía que suspiraba su aire, si su cuerpo era el sendero más andado por mis manos. Debía no solo olvidar nuestros planes, sino que debía hacerlo sin una buena razón. ¿Cómo podría? Si amo los argumentos, y aquí, no existía más que un “porque si”. La sensación de que él a mi recuerdo lo había enviado a una papelera de reciclaje como si el amor fuese un archivo que al darle delete se olvida hasta la piel mas honesta. El dolor de la traición, fui tan sincero como pude, aun así, no le importo mi franqueza, haberme conocido sin camuflaje ni disfraz, conociendo todo el dolor de mi mundo anterior no vacilo en lastimarme destrozando cada gota de sensación.
Era otra vieja historia a la que me enfrentaba en este viaje. Otra verdad que gritaba y yo, prefería silenciar, de hecho así fue como lo había hecho hasta esta tarde. Maldito Buenos Aires. Maldito cielo que me castigo cada noche cuando me culpaba por mi elección, cuando sentía el rechazo por mi padre al mal decir la homosexualidad, cuando mi madre lloraba por mi adicción al las líneas de blanca heroína, cuando mi hermanita lloraba al ver borracho a su padre. Cuánto dolor marco este cielo. Odiado Buenos Aires, siempre me disgusto la elocuencia de esas dos palabras “buenos aires”. Aquí, todo olía a podrido.

Volví a mi casa, me acosté sobre la que solía ser mi cama, en mi habitación que hoy era el habitad mi hermanita. En las paredes brotaba su arte junto a su amor por la música. Es tan pequeño su mundo, pero imposible es negar la paz que ronda este rincón. Miré sus libros, filosofía, psicología, religión y misticismo. Decididamente ella se conservo pura frente a tanto vicio y extremo. Entró a la pieza, me miró y recostó sobre mí, abrazándome. Parecía conocer mi necesidad: que descienda y me cuide un ángel.
Comencé a llorar quejándome por lo injusto de este mundo, me acaricio y hablo, mi princesita era una mujer que conocía la vida. Dijo cosas sabias, sonrío de prisa como una nena y me amino a caminar.
Decidí levantarme e ir a buscar la respuesta que faltaba. Quizás solo faltaba una mirada, preguntas ya no habían, todas las extinguí intentándolo olvidar. Pero a veces, las vueltas vuelven a dar una chance más.
Lo esperé sentado en una plaza frente a la panadería donde trabajaba. Cuando salió su mirada disparo en mis ojos un sentimiento muy viejo, como aquel, de aprender a respirar. Cruzó, sentándose junto a mí, dijo:

-Creo que en el fondo sabía que en algún momento esto sucedería. Jamás imaginé que así sería, pero el cómo ya no importa.

Su tranquilidad me violentaba, era cinismo lo que caía de su rostro, ¿él sabía? Yo sabía que el era un cobarde, hipócrita y enfermo que necesitaba de las polleras de su madre, que no se animaba a romper las cadenas de la moralidad y culpabilidad; la mezcla de dolor, indignación y amor no me permitían liberar ni una bocanada de aire.
Continúo:

-No logre nunca olvidar el mundo que tuvimos, siempre pensé en volver, incluso al verte imagine escapar con vos. Pero la cuestión es esa, escapar, siempre tengo que evadir mi verdad por no lastimarla a ella. Es que hizo tanto por mí, desde niño cuando mi padre se fue, sobreviví por ella. No puedo matarla con semejante dolor que la llenaría de vergüenza.
Replicaba, solo replicaba. Sus argumentos eran crueles pretextos que avalaban lo que pensaba antes de oírlo esbozar solo una de sus palabras. Que cerrado e idiota resulto ser ese hombre al que yo admiraba e idealizaba. Y sí, todo ideal nos hace frágiles, nos lleva a expónernos a ese descender, así están fácil caer.
Él se redimía ocultando su condición, salvando a su madre. La única verdad era que el se castigaba por su homosexualidad. El creía esos mitos que precisamente debía derrumbar. Peor aún, era carente de todo coraje para afrontar las consecuencias.
Pero debo reconocer que de ser mi madre Doña Amanda, también temería por lastimarla, seguramente no tendría energía para romper cadenas. ¡Je! un poco de objetividad.
Se levanto al mismo tiempo que yo. Sólo lo mire, voltée y seguí mi camino.
Volví decidido a contarle la verdad a mi madre. Lo único que me importaba es que aturdiría a mi pequeña niña, que a decir verdad, ella ya era más que una pequeña y reconocía todo acto de manipulación ejercida por nuestra progénitora. Así que no había de que temer.




Mi madre tuvo un pequeño acto de amor felicitándome por la valentía que tengo al vivir “esta vida de discriminación”. Siempre le faltará tacto a la pobre. Mi hermana decidió que vendrá a vivir a España una vez que termine su curso de fotografía. Y César, al fin ha quedado en el baúl de los recuerdos, dentro del libro de capítulos cerrados.
Ya estoy de regreso a Madrid. Voy viajando en el avión reflexionando sobre los pro de este viaje. Sirvió para mucho más que cerrar esas puertas que hasta hoy estaban abiertas, ya que observe en los personajes que actúan sobre la tarima de mi vida un común denominador, todos se mueven por culpa. Analizándolos acabe mi tesis, hasta debo darles las gracias, gracias por venir, gracias PORVENIR.



*Tesis final sobre la culpa

Esta última década llevo a la gente hastiada de problemas y conflictos no resueltos a consultar con mayor frecuencia a psicólogos y psiquiatras. Sino son los problemas de pareja, es el trabajo, o padres q no saben como relacionarse con sus “conflictivos” hijos adolescentes. Pero tanto psicólogos como psiquiatras coinciden que el trauma que genera el cuadro no es el conflicto del problema sino la culpa que los posiciona en lugar de victimarios, paralizándolos sin lograr solucionarlo.
Personalmente coincido con la frase que anuncia que “la culpa es un invento muy poco generoso” pero me animaría a agregar que por ser un invento NO EXISTE, lo que SI existe es la responsabilidad que siempre pertenece al protagonista del conflicto, y el no asumir esta responsabilidad lleva a la persona q protagoniza la causa a la “generosidad” de buscar un culpable.
Una vez otorgada la culpa y asumida por una persona que suele ser un afecto, esta se victimiza y autocastiga cargando con la culpa. Esta se siente débil, frágil, no ayudando a solucionar el problema existente sino esperando soluciones, al no llegar culpan al hado al que han sido destinados y condenados. Frente a este destino y su falta de acción, la culpa le genera un conflicto propio que ocasiona a la persona a la cual se le asigno esta consecuencia de la ausencia de responsabilidad, la necesidad de terminar en el consultorio de un profesional.
La cuestión residiría en ser comprensivos, no compasivos con nosotros mismos y con los demás, de este modo, lograríamos no “echar” culpas asumiendo con adultez la responsabilidad del problema. Siempre que logremos dejar nuestro egoísmo para desposicionarnos del cómodo sitio de victima y nos reubiquemos en un lugar de resolución con la necesaria determinación, actitud, responsabilidad y madurez que requiere ser adultos, libres e independientes...

* Argumentación sobre la culpa, Agosto del 2003.




Yanela Duimich.
23 de Octubre del 2006.

Naciendo en Beta

Sres lectores:
La idea es unificar en este blog todos mis escritos, llaménse cuentos, relatos, poemas, etc.
Espero que acojan mi proyecto, bajo este formato, aún denominado Beta.
Saludos,
Yan.