jueves, 26 de abril de 2007

Ella habló de él.

Ella.-

No existe una ilusión óptica más perspicaz que la del tiempo. Es una idea colectiva donde parece argumentarse un vago motivo: el tiempo vivido.
Pareciera que para el común de la gente “años vividos” es sinónimo de años aprendidos, crecidos. Nada más distante de la realidad, nada más común que este error.
Evidentemente el error proviene desde el génesis, donde la apariencia estaba cegada y las puertas al infierno que procedería por las siglas de los siglos las abrió el pecado juzgado con el castigo vil de la superficialidad física.
A este concepto lo antecede el pecado, y a este pecado, lo prosigue la percepción del tiempo.
El tiempo: ¿Será un castigo? ¿Será el capricho de algún vengador? ¿O solo será la ilusión de creer que con el paso de este todo se transforma? Definitivamente sí, opto por la tercera. Nos han querido engañar, nos han engañado, nos contaron que luego de los veintiuno se es mayor y adulto, que después de la monarquía se es señorita, nos dijeron que los viejos son sabios porque han vivido mucho tiempo. Hoy frente a esta premisa “el tiempo” se desmorona todo concepto, se desmorona todo ideal impuesto por algún ser al que “el tiempo” lo avalaba.
Hoy estoy de pie, mirándome las manos, vibrando frente a algún lejano ruido blanco. Contando mis escuetos años frente a anonadados rostros mayores. Frente a hombres a los cuales mi mirada airosa, profunda y certera les sacude su virtud, llevándolos a recopilar su historia. Inevitablemente llega la comparación, que evidencia en efecto, que sus décadas pesan menos que las mías, que sus recuerdos son muy extensos, pero el aprendizaje demás modesto. Que sus días bajo el cielo gris de las tempestades no han redituado más que en un extenso CV de sufrimientos no aprendidos. Sufrimiento que muta cubriendo sus rostros, constituyendo el camuflaje más vulgar (¿eficaz?).
Sarcasmos que desgarran toda objetiva percepción. Finalmente la prueba más elocuente que la peor cara del amor es aquel viejo amigo teñido de gris; el rencor.
Repasando este sendero, el tiempo vivido no es en vano, revisando este presente el concepto del tiempo es errado. El tiempo solo ha sido un medio por el cual desplazarse, en el cual proyectarse. Pero las noches y los días han sido uniformes, constantes, no han aprendido y suspirado frente a nuevas sensaciones. Frente a esto me pregunto, el tiempo, ¿ha pasado?




El caminaba por un sendero que lo llevaría a encontrarse de cara a un futuro prospero.
La impronta era alentadora, prometedora, hasta encantadora. Cargaba con su mejor opción como respuesta a una mochila florecida sobre un campo tempestuoso. Quizás esta mañana podría desintoxicarse de todo pasado malvado, con finales abiertos, resonando en los ecos advierte que aun hay más que un sueño por despertar.







ÉL.-

Desperté transpirado entre la avidez y la temerosidad de ser este mi último día en esta larga y antigua vida, palpito un comienzo lleno de risa.
Este domingo continúa oliendo a melancolía. Ya tengo treinta y tres años, la sensación parece ser la misma de aquel mediodía en los brazos de mi padre. Siempre la satisfacción por la semana concluida, el vértigo generado por la ruptura de la rutina, y esa extraña sensación de la finalización conjunta con el comenzar, una vez más, cada lunes, como un eterno retorno. Será por eso que el domingo es el sentido más híbrido que conozco.
Este mediodía desearía poder disfrutar de mi merecido descanso, pero con un fuerte impulso inerte me visto para apresurarme antes de que Tato, el canillita, cierre el quiosco dejándome sin mi periódico.
Salgo por el pasillo del edificio, veo que doña Raimondo se encuentra aguardando el ascensor. Realmente llevo prisa, así que iré con ella aunque deteste su olor a rancio y su sonrisa amarillenta por los vicios o tal vez la carencia de calcio. Me aproximo rápidamente y con su amplia sonrisa característica, dijo:
- ¿Cómo estas Oscar? siempre apurado vos, ¡che!
Probablemente si fuese más perceptiva notaria que su comentario me había disgustado, peor aun, me había retrotraído a viejas épocas en que mi preceptora, Anita, me regañaba por llegar tarde a clase. De todos modos siempre he sido un hombre muy diplomático, desplegué mi sonrisa de archivo y respondí:
- ¡Je!, y si, la vida moderna no le da mayor margen a uno, siquiera para descansar los domingos.
Note por su rostro que mi exclamación la sorprendió, pensé en las palabras pronunciadas logrando advertir que fue una incoherencia. Nervioso divise el visor del ascensor que anunciaba la llegada aplanta baja. Mi vecina no cesaba de observarme. Sonreí, e introduje mis manos en los bolsillos del pantalón, saliendo rápidamente por el umbral del edificio a la calle. Mire bruscamente hacia la derecha esperando que don Tato continuase en el quiosco. Como no podía ser de otro modo, desde que ella se fue, pasaba un domingo más sin que yo lograse leer el maldito periódico.
Camine lentamente, me posicione frente al puesto de chapa verde, lo contemple buscando alguna respuesta, o quizás, solo alguna pregunta que me permitiera hablar, contar, gritar, llorar. ¡Aun dentro mío había mucho por decir! (¿mentir?). Mire el cielo, el sol brillaba tras las nubes, era una luz vivaz, por primera vez note que no me cegaba. Una brisa agito mis rulos, recorriendo mi cuerpo, estremeciendo mis partículas, sacudiendo mis entrañas. Fue un instante, lo sé, pero sentí el paso de una vida.
Abrí mis ojos, mire hacia la plaza donde solíamos jugar a engañarnos, después de un año decidí cruzar y recorrerla. Camine la calle desierta, sentí el aroma del miedo que se mezclaba con el del pan caliente y los asados de las casas aledañas del paquete San Isidro. Subí a la vereda, ¿tierra firme? Sí, tierra firme. Avance unos metros, me senté en aquel banco, en ese, nuestro banco. Como un niño ilusionado broto sobre mi mejilla una lagrima que se deslizo rápidamente por mis labios, para morir en estas comisuras. Eran saladas, las lágrimas eran saladas. Supongo que lo había olvidado.
Mire un poco mas allá de mi ser, sin saber que se encontraba ahí, la vi. Era una muchacha joven, que cubría su mirada con anteojos negros. Parecía mirar un punto fijo, no dejaba de hamacarse sobre su cuerpo con los brazos cruzados, el ritmo del vai-ven era lento y pasivo. Era eso, un aura de paz rodeaba ese cuerpo. A su vez un extraño magnetismo no me permitía dejar de mirarla, nuevamente mi inercia me arrojo hacia ella.
Me acerque lentamente, nervioso y sonriente. Solo me detuve frente a ella esperando que me advierta. Levanto su cabeza mirándome fijamente, aun con esos lentes sentí la mirada atravesarme como la brisa que me llevo a esta plaza. No pude más que mirarla, ella no sonrió, pero sus músculos cedieron dibujando una expresión tranquila pero dubitativa.
Frente a tanta impavidez, sonrió nerviosa, abrió sus ojos (pude sentirlo) y dijo:
- Bueno, ¿pensas sentarte, hablarme o simplemente respirar?
Pensé rápidamente en todas las opciones que me ofrecía mientras lentamente me sentaba a su lado. Ella con su mirada acompañaba cada uno de mis movimientos. Solo dije:
- Desearía poder sentarme, hablarte y simplemente respirar.
Retirando sus anteojos, me miro, respondiendo:
-Si tus deseos fueran órdenes jamás los merecerías.
Sus ojos brillaban transparentes como un manantial puro, ergo existía una extensa profundidad, aún mayor a la que correspondía con ese rostro, con ese cuerpo, con esa piel. ¿Cómo responder? el misterio era impresionante ¿Cómo desobedecer?
Ese rostro tenía reminiscencias en algún lugar de mi pasado, en un espacio del tiempo lleno de vida.
- ¿En que lugar del tiempo te has perdido? – mi frese resonaba en mi interior sin sentido ¿Qué respuesta encontraría?
- Me perdí tratando de salvar realidades, me perdí por olvidar sueños en su almohada.
Su respuesta me asombro, ¡¡¡respondió… mi incoherencia!!!
- Aun así, descubrí que es imposible quemarse en el desierto, dejar de respirar, dejar de desear. ¿Cómo detenerse bajo un cielo que continua amaneciendo para marcarnos el comienzo de un nuevo día?
No sabia si jugaba con mi inteligencia, mi capacidad de reacción, si era una paradoja del destino que me colocaba desnudo frente a una dama que me contaba reflexiones que ni aún yo, había logrado deducir en mi pasado inquieto.
La miraba fijo, no comprendía quien era, buscaba penetrar mi mirada en sus ojos y descubrir el significado de su presencia en mi vida ¡justo en este día! este domingo híbrido común a todos los demás. Sabia que este día oficiaría de bisagra, hoy se marcaría un limite, una estrecha cornisa, un suave caer, un bello comienzo; lo sabia, no podía estar equivocándome. Su rostro me recordaba a ella, pero esta criatura tenia una evolución aun superior a aquella que en algún pasado me cautivo de Lorena.

2-


Lorena, se fue un 23 de mayo. Aun recuerdo esa noche cuando regreso a ese, que por aquel entonces, era nuestro hogar. Sin pelea ni motivo real, llego en silencio, sus ojos acusaban dolor, rencor y algún vestigio de alcohol sanador. Recogió sus cosas, ironizo frente a mi desesperación, las lágrimas brotaban en mi interior pero ella frente a tanto perdón no cedió.
Lo sabia, sabia de aquella traición, nada curaba todo su dolor. Esa navidad cuando embriagado decidí actuar frente al deseo y darle respiro a mi represión. Más que respiro fue una bocanada extensa de pasión que acabo entre sabanas con su vieja amiga, Silvana.
Por aquel entonces, Lorena, estaba en la casa de sus padres en Catamarca, frente a su pedido de que no pasara solo aquella navidad insistió con que hiciera acto de presencia en la casa de los Maldonado, sus amigos del barrio natal de Borges, Palermo. No pude negarme, así como aquella noche, no puede (¿quise?) negarme. Es que Silvana a pesar de su fuerte amistad con Lorena no ceso en seis años de relación de provocarme. Se que es un pretexto muy burdo, pero esa es mi verdad. Fue un instante en que vacile poniendo en juego la hermosa vida que teníamos, aun teniendo la certeza de que protagonizar esta escena era el pase directo al olvido de un soñado cielo.
¿Cómo lo descubrió luego de cinco meses? no lo sé, solo sé que así fue que ella partió, sin decir adiós, solo un fuerte portazo y ahí se termino.
Y si, ahí se termino. El cielo se nublo, mis persianas bajaron alejándome del mundo exterior. Es que ella era mi vida, era todo el aire que yo sabia respirar. ¿Como alejarme? ¿Como olvidarla? Si su cielo tenía espacio en mi tiempo, y su espacio era el cielo más perfecto de mi tiempo.
Pasaron meses, no quería, no podía salir. Abandone mi trabajo, subsistiendo meses gracias a mi hermano, Diego, que abonaba las cuentas y todos los martes venia a traerme mercadería para que comiera aun que sea un día. Sabía que mi meta era abandonar la acción inerte de respirar. Fue el fondo del abismo, meses viéndole la cara de frente aun extraño ser que me condenaba a este dolor. Quizás ese ser no sea otro mas que mi inseguridad que en esa noche buena se presento para hacerme flaquear, demostrándome lo hombre y viril que era. Lo hombre y viril que era, paradoja circular, no fui ni hombre y muchos menos viril, la traicione a ella, a quien yo quería, por falsas seguridades frente a un fuerte egocentrismo.
Hoy después de un año, había iniciado mi nueva vida, ya hacia dos meses que había comenzado con paseos matinales, el viernes me llamo Eduardo, mi ex socio del estudio de arquitectos D`Aquino. Este lunes volvería a trabajar, retomando mis actividades rutinarias y habituales. La semana ya había empezado con este domingo que decididamente algo cambiaria, desde hoy y para siempre.

3-
No podía dejar de mirarla, ella no dejaba ese ritmo adictivo que marcaba su cuerpo desde que interrumpió su figura ante mis ojos. Había solo un pensamiento invadiéndome, quebrando toda esa paz, sentía implosiones y el tiempo volar. Jamás había sentido tanta adrenalina, hace cinco minutos que estaba junto a ella y había revivido toda esa vieja historia como un lejano recuerdo, cada detalle de aquel pasado me llevaba a un sentimiento extremo.
La miraba, divisaba cada átomo de su figura, cada molécula gritaba. Si, gritaba, sonaba en mi interior, eran ecos furiosos de un degrade. “Es ella”, “es ella”, era ella, ella, esa era ella, o bien, ella era esa. No, “esa” sonaba despectivo, yo estoy hablando de “ELLA”. Quizás deba ampliar, quizás deba decirles que era la mujer que yo soñaba cada madrugada cuando me acostaba a descansar luego de una extensa noche de tragos y longevidad, en la primera persona que pensaba era ella. Tratando de adivinar su nombre, jugando a descubrir su cuerpo, fingiendo conocer sus ojos, prediciendo el cielo que ella suspiraba, la tierra que ella pisaba. Odiando los brazos que la abrazaban, ya que ella es solo mía, sabiendo que ese camino era necesario para encontrarnos en este destino.
El famoso “sentido de pertenecía” del que me hablaba mi amiga, Estefanía. La sentía mía, a esa extraña sentada en el banco de mi plaza, la sentía. Sabia que aquel pasado era el que maldecía por alejarla de mi lado, sabia que aquel era el pasado que amaba por prepararla para que mis brazos la acogieran dulce y eternamente.
Ella mantenía sus brazos cruzados, el lenguaje corporal me advertía de un síntoma de mala predisposición para comunicarse. No me importaba, ella era mía, pensaba llevarla de la mano a un futuro prospero que solo su hombre, yo, podía brindarle.
Se inquieto, su cuerpo se tenso bruscamente. Quise abrazarla protegiéndola del miedo que la había aturdido. Me miro distante, sentí el brillo del estallido de una copa al caer en sus ojos. No quería esa contención, no quería todo el mundo que podía brindarle. Comenzó a llover repentinamente, pero olía un buen síntoma.
Le pedí que me escuche, que estaba frente a su amor, le conté brevemente mi historia, parecía tranquilizarse, me escuchaba atentamente. Sus ojos irradiaban luz, tanta luz que me cegaba. Cuando finalice, un espacio de silencio se abrió entre los dos, luego de largos minutos, que parecieron solo una fracción de segundos, dijo a modo de monologo:



Cada comienzo vitaliza por el solo hecho de saber que es volver a jugar. Despertarte entre las noches agobiado por el cansancio del hastió. Es sabido que el cansancio estando próximo a una meta es debilidad, es flaqueza de voluntad. Hoy comienza un año con la paradoja de la lluvia, siempre se ha interpretado como un síntoma anunciando la tristeza del cielo. “Dios llora” solía decirme Afrodita mientras jugábamos cuando era niña. Esta mañana quiero jugar y rebautizar la lluvia, le otorgo un nuevo significado, la redimo de aquel que la signa de triste. Llorar es libertad, liberarse de sensaciones en un cubrir el escenario de matices distintas al amarillo radiante. Es la advertencia de que habrá dificultad, no obstante, no faltará el aroma a la tierra húmeda, fértil. Hay que volver a jugar, a conocerse, a mutar. Querer es crear, sueño concretarte un paisaje donde no faltaran oscuras rabias seguidas de caricias a tu alma. “No permitas que lo que puedes robar te lo regalen” yo intento robarte sonrisas y miradas penetrantes. Quiero cuidarte en mi tsunami o que provoques terremotos. Hoy es tiempo de volver a despertarte y al fin sonreír frente al juego de supuestos amores y dolores.

Después de oírla ninguna duda cabía en mi interior, solo hay certezas. Le dije, “sos mi mujer, te amo, tenemos una vida juntos, desde hoy y por siempre así lo haré”.
Me miro, su expresión era de sarcasmo cubierto de añoranza y piedad. Respondió:
- ¿Hablas de amor? Podrías oír solo dos de tus oraciones y descubrirías que jamás me has considerado en tus planes, hablas de tu deseo y de un objeto. Soy humana, siento más allá de tu egoísmo, hermoso lo que propones. Pero, déjame decirte que esto no es amor.
Ella me decía “no”.Alegaba con un argumento que el shock de su negativa no me permitía analizar. ¿Cómo detenerme a pensar? La pierdo, no puedo permitirlo, acabo de descubrir todo lo que mi alma puede dar. Le pedí por favor que me permita amarla, que confiara en mí, ninguna de mis palabras cambiaba su expresión.
- ¿Sabes donde reside el problema? En que solo consideras lo que vos sentís, ¿acaso el amor real no debe ser reciproco? Sí, el amor real debe ser reciproco, sino solo es enamoramiento. Yo no puedo responderte, yo no puedo corresponder tu sentimiento, disculpa mi rechazo, quizás debas analizar tu arrogancia y veraz que el amor nace de saber brindarse y compartir.
Beso mi mano, se puso de pie, me miro y sonrió suavemente. Jamás en mi vida advertí tanta dulzura. Su aroma anunciaba que se alejaba, ¡je! Efecto doppler, ahí se iba, ¿y yo? anonadado, no lograba reaccionar.



Ella.
Yo les dije que la impronta de este domingo era un cambio veloz y brusco de vida. Recordé siempre ese domingo como uno extraño y diferente al resto. Siempre me pregunte que había sido de el.
Un día recibí una carta sin remitente, lo primero que imagine fue que serian noticias suyas. Sentí demasiada curiosidad, intente mitigar mis ansias, y abrirla relajadamente.
Me contaba que había finalizado su libro, (no sabia que escribía) se iba a España en un mes con “ELLA”. Me sorprendió sobremanera leerlo, ¡ja! Casi esa tarde llegue a creerle que ella era yo. Definitivamente no existe ser más peligroso que el necesitado de afecto y sobresaltos. Continué leyendo, respondía a mis pensamientos diciendo:
“Se que te sorprendes, pero si, luego de conocerte la conocí. Esta carta es simplemente para agradecerte ya que me has enseñado a amar, a conocer cuanto soy capaz de dar, solo gracias, dejaste muchísimo más que una tarde en mí. Ese día entendí que el tiempo vale en función a los hechos transcurridos, y no como solemos creer, a la cantidad de lunas que soñamos.
Siempre te recordare, se feliz y veraz que algún día a vos también te sorprenderá,
Oscar Villalón”.

Su nombre me sorprendió, al igual que supiera donde enviar su carta. Esas palabras resonaron en mí más de un segundo. Alguien me agradecía enseñar a amar, alguien me otorgaba el oficio de ángel salvador. Decididamente no existen seres más extraños y peligrosos que los necesitados de amor. No había de que preocuparse, volví a mi habitación y lo tape, a el, a mi amor, sé que sintió frió.





14/07/06
De Yanela E. Duimich